El arte de la fabulación es lo que nos preserva frente al poder disolvente del conjunto y el acero frío, quirúrgico, de una inteligencia que gasta, demasiado a menudo, bota militar. La literatura es, por lo tanto, y en el tiempo presente, más importante que nunca, pues pronto será ella y no la Historia el único eslabón que nos conecte con el pasado, también la última trinchera que ofrezca refugio al hombre interior. Si este cordón umbilical se rompe, nuestra indefensión correrá pareja a la de la cría de pájaro que se cae del nido y, más temprano que tarde, seremos pasto de las alimañas.
A Liss Evermore le gusta la buena literatura y solo me cabe constatar que El Hotel Ferguson cumple al dedillo con esta función profiláctica, trasladando al lector a mundos periclitados, llenos de formas expresivas, de contrapuntos y contrastes, de una armonía que huye de los problemas que acucian al presente, de las tesis ideológicas y las consignas de facción. La literatura de Liss no es del tipo programático, no es del tipo contestatario, no es literatura social, no pretende decir a nadie lo que es bueno y es malo, ni hacer bandera de causa alguna; al contrario, es una literatura que toma distancia respecto al maremagno de la actualidad y nos permite salirnos por la tangente y soñar a campo traviesa, y, te lo agradecemos, Liss, descansar… que buena falta nos hace.
Esta obra, la primera que Liss Evermore publica bajo el sello Fanes, tiene como eje un hotel de porte victoriano, un edificio que imaginamos de cal y canto, con una pátina oscura y rodeado de campiña, con arcos y crestería góticos, torreones esquineros, miradores en voladizo, chambranas con cardinas y chimeneas de cañón. Un edificio que no desentonaría en las páginas de Horace Pole o William Beckford. Este hotel, bello y turbio a partes alícuotas, guarda un secreto que nos remite hasta el Languedoc medieval y el Antiguo Egipto, en una trama que cruza el tiempo como un río de temporada, ora oculto, ora manifiesto, y cuyo sentido solo se desvelará en las últimas páginas. El hotel Ferguson muestra una estupenda combinación temática: aventura en el sentido clásico, intriga londinense, fantasía oscura, un toque de gnosticismo que por momentos me recordó a Lawrence Durrell, y, como fondo sobre el que se proyectan los diversos paisajes, una gran lucha metafísica que atraviesa las generaciones y que por lo común permanece invisible al ojo del profano. Esto en lo que se refiere al lado sustancial de la obra, pero ya sabemos que no hay sustancia sin forma, ni historia que luzca si no está bien escrita. ¿Y cómo es la prosa de Liss Evermore? Yo se lo cuento. Es ágil, clara, elegante, una prosa que casa a la perfección con los ambientes que construye y los temas que trata. Una prosa con sentido musical, tentacular, como la propia Liss, satinada con un barniz de nostalgia, esa nostalgia dulce que nos ablanda cuando nos arrellanamos en un buen sofá orejero, con la chimenea cerca, una copa de un licor noble aderezando el momento y un buen libro sobre las manos, por ejemplo este, El Hotel Ferguson, la obra de Liss.
Adriano Pérez.