Una novela sobre el hombre y la mujer, sobre el oro y el barro, sobre las relaciones, íntimas…

Mariela envenena mis sueños tiene, según el sentir de quien esto escribe, dos virtudes centrales. La primera es la capacidad de evocación, y la segunda, no se sorprendan, su capacidad terapéutica, ansiolítica. Evocación porque esta novela está escrita desde un sentimiento que corre por los vericuetos del alma como la gota de lluvia por la nervadura de la hoja, evocación porque muestra a un hombre a pleno pulmón, que se ve atrapado por las intersecciones de la vida, y singularmente por aquellas que hollan con su molde la memoria poética, esa memoria que es sede de los arquetipos, de las relaciones polares, del eterno femenino que nos hechiza. La novela está transida de una nostalgia suave, tornasolada, como esos listones de luz polvorienta que se cuelan por los entresijos de la persiana una mañana de domingo, de un domingo cualquiera, fuera del tiempo, con sabor a bronce. Mariela envenena mis sueños es la novela de un hombre que sufre, de un hombre que pretende conjurar a la mujer del pasado en el torbellino del presente, para encontrarla de nuevo en un futuro que está hecho con la hebra, siempre frágil, de los sueños; sueños que están al envés de las cosas, como si dijéramos, sosteniéndolas, sueños que, tal vez para no morir, solo puedan ser soñados.

Ninguna nostalgia muerde tan duro como aquella que se siente por lo que nunca fue, ninguna. Cualquiera, hombre o mujer, que asuma, como diría Unamuno, el sentimiento trágico de la vida, cualquiera que vea a esta como un trasunto de símbolos, de cosas metafísicas; un anhelo de hallar en lo movible lo sólido, en lo efímero lo imperecedero, cualquiera, digo, se sentirá identificado por ese corazón que navega a la bolina, por ese cóctel de sentimientos; duda, culpa, esperanza, lujuria, impotencia, melancolía… Esta novela no está escrita con escuadra y cartabón, sino con lo que Pascal llamase espíritu de finura;de hecho, podemos imaginar a Jordi Cicely, el autor, en la misma tesitura que el sabio barroco: temblando ante lo sublime de una noche estrellada.

Y dije terapéutica… porque la lectura de esta obra fluye como los meandros de un río que se apresta a tomar la desembocadura, con un ritmo atemperado, punteado con una laxitud voluptuosa que le hace sentir a uno como si se le hubiesen escurrido varias onzas de plomo por la planta de los pies. La lectura deja al lector reverberante como una campana, o aún mejor, como el ronroneo de un gato que nos mira entre la hierba con sus ojos de mandorla. Mariela envenena mis sueños es una novela que, orillando el verbo de su título, te deja en un estado de beatitud, de placentera introspección; se trata de una novela ritmada y que fluye como la música, ligera en los hechos, profunda en los sentires.

La trama de la obra es muy sencilla: un hombre roto por una relación amorosa que se queda en conato apenas alumbra, trata de cerrar el círculo durante un viaje a la Perla de las Antillas, allí busca algo que le haga olvidar a Mariela, y toda su voluntad se orienta hacia el trono, hacia esa mujer que vislumbramos en sueños y que nos deja la cabeza como un tiovivo, esa mujer que es el eje y término de todo y cuya figura vamos tanteando en las diversas mujeres que nos van saliendo a lo largo del camino. Harto difícil es llenar el hueco que deja una mujer que se ha convertido en símbolo. Solo un símbolo desplaza a otro símbolo. Lo demás; tratar de llenar el hueco con la anestesia cada vez más ineficiente de los placeres mundanos. Esta es una novela sobre el hombre y la mujer, sobre el oro y el barro, sobre las relaciones, íntimas, que se establecen entre el amor y el dolor, sobre el nudo que un conquistador legendario cortase en Gordión, y sobre un mundo que, mientras sea humano, estará cimentado en los sentimientos.

Adriano.

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