Un chico salvaje

El título de la obra que nos presenta Jagoba Rey: Chico Salvaje, es ya en sí misma una declaración de intenciones. Ustedes obren a su gusto, pero yo es ver la portada y ponerme en guardia, por si las moscas. El libro tiene una voluntad epatante, o dicho en forma más castiza: pone a muchos congéneres de chupa dómine sin pararse en barras, y es que a Jagoba, cuando abre surco, solo le vale el arado de reja. Jagoba es vasco y algo de ese Unamuno energuménico que peroraba contra esto y aquello rastreamos en su prosa. En efecto, ni tirios ni troyanos se van de rositas en esta obra que mezcla la ternura con el vitriolo.

Chico Salvaje es, en cuanto al género, un libro miscélaneo o musivario; hay en él una línea autobiográfica con visos de redención que constituye el eje de la historia, intercalada con digresiones sobre cuestiones de muy diferente índole: económicas, políticas, psicológicas, sexuales, y todo ello salpicado con citas literarias y apuntes cinematográficos, y alguna perlita apócrifa para deleite del personal. Por momentos, Jagoba se nos pone solemne, hace alardes de académico (lo imaginamos levantando el brazo con pose tribunicia) y trae a colación a autores de los que nutren las notas a pie de página en los trabajos universitarios. Hay que decir que de todos ellos se aprende, aunque sea para mal. Esta vertiente erudita de la obra de Jagoba no es la que personalmente más me llega. Aunque agradezco que ofrezca un hueco en su libro a genios como Tocqueville o Schopenhauer, yo prefiero su lado más personal; a mí lo que me interesa es el Jagoba hombre, me interesa ese dejarse la vida en trabajos con condiciones draconianas para volver a un piso compartido donde las paredes sudan y todo está patas arriba, y la cena nunca recuerda a la cocina de las madres; esa sensación asfixiante de que todo está fuera de quicio y romperse las mientes libreta en mano a horas extemporáneas para, a fin de mes, poder cuadrar unas cuentas que parecen la obra de un cabalista; me interesa ese Jagoba que repartía mamporros, algunas veces con razón, otras en abstracto, es decir, sin que viniera a cuento.

Me pongo con gusto en los zapatos del chico que quiere enmendar los rotos del pasado con los excesos del futuro, demostrar a todos que tiene voluntad y valía, y que quienes lo condenaron al derrumbadero estaban equivocados. Un ánimo de vindicación atraviesa el libro, hay en él mucho dolor detrás de esa jactancia de chico malo que compone letras subversivas y acampa con sus colegas en los portales del barrio, ensayando la carcajada coral, el esputo oblicuo y la mirada aviesa. Pero quien se duele se revela como vulnerable, y quien trata de demostrar a los demás depende en cierto modo de ellos y les otorga una ventaja. Por lo tanto, este libro está escrito con fuerza, pero exhibe un alma frágil, pues el daño está a flor de piel y cualquiera puede verlo; en cierto modo huele a sangre, y a sangre, además, del pasado, que es la que más cuesta limpiar pues siempre deja cerco. Este Jagoba intimista, que da color a un sentimiento, a una situación, a un lugar, con cuatro trazos, es el que más me gusta. Porque ya vemos que, en Chico Salvaje hay varios Jagobas: el bufón, el pontifical, el escolástico, el que se nos acerca con el cuchillo entre los dientes, el que va con la bragueta repicando sin importarle la campana, el irónico, el mordaz. Todos ellos tienen un pase y todos ellos contribuyen a dar forma y aplomo a este libro que no deja de ser la obra coral de un hombre solo, de una sola persona: Jagoba Rey Gotxi.

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