El amante ciego

Adrien Le Brun, famoso pianista y compositor francés, regresaba a París después de veinte años en Nueva York por motivos laborales. Volvía envejecido y cansado con el propósito de permanecer en su país todo el tiempo que le quedara de vida. Apartado del exterior para refugiarse en la intimidad de su casa y de su propio mundo. Sólo deseaba paz y sosiego y si fuera posible, alcanzar el olvido. Los recuerdos le pesaban y necesitaba desembarazarse de ellos escribiendo sus memorias. Con su música, había recorrido el mundo y alcanzado la fama internacionalmente. El éxito no lo había “emborrachado”, pero era consciente de que había llegado a la meta que se propuso en los albores de sus estudios musicales: Ser un gran pianista.