El bosque de las bestias es lo que los alemanes denominan una bildungsroman, es decir, una novela de formación. El bosque de las Bestias es, también, una novela simbolista, una novela iniciática, pero sobre todo, El bosque de las bestias es un canto a la belleza. En esta novela hay imágenes que dejan una huella indeleble en el barro de la memoria, imágenes que, no importa lo lejos que vayamos, ellas siempre vuelven; dentro de la vorágine, el retorno a la quietud, al origen. Aunque vertida en prosa, toda la obra está transida por un aliento poético que transmuta las cosas cotidianas en maravillas y otorga un destino de grandeza a lo minúsculo. El libro se desarrolla en dos niveles, el nivel de lo real, y aquí pondríamos lo real entre comillas, y el nivel de la ensoñación y los arquetipos. Entre estos dos planos se establece una relación de contrapunto, una relación dialéctica entre lo interno y lo externo, lo abierto y lo cerrado, lo íntimo y lo social, concluida, en el último término, con una poderosa fuerza de síntesis. El bosque de las bestias es una obra de resonancias, una obra ondulante y rítmica, una obra en la que el lector queda abismado en una psicología de las profundidades, atrapado en las regiones intermedias. Leyéndola, me venía a las mientes una frase de Franz von Baader: “La única prueba convincente de la existencia del agua es la sed”. Beban pues de estas aguas con las cuales la soledad fructifica. Enhorabuena, Julia.
Adriano. Editorial Fanes.